Duke tiene
quince años. Es negro. Vive en Harlem. Duke es también el líder de una banda,
los Mighty Counts, en guerra constante contra otra afincada en Brooklyn, los
Kings. Entre las ocupaciones con las que Duke se gana la vida están el robo, el
proxenetismo y el reparto de droga para un traficante hispano llamado Juan.
Duke habita junto a su madre, su padrastro y su hermano en un apartamento del
que se ve a menudo impelido a escapar. Como muchos de los delincuentes
juveniles que acabarían poblando páginas y páginas de novelas baratas y
fotogramas de películas, Duke es una figura alienada en un mundo donde se
muestra incapaz de encontrar su lugar. Sufre frecuentes crisis de ansiedad y
estados de depresión en los que el terrible pandillero se siente solo y sin
nadie a quien recurrir:
“Nada de lo que pensaba salía bien. No había nada en lo que creer y no
podía ir a contarlo a nadie porque sabía lo que pensarían. A lo mejor ya lo
estaban pensando. Mis chicos tenían siempre esa mirada en los ojos, como si
viesen algo extraño en mí. Debían de estar hablando sobre mí, diciendo cosas a
mis espaldas. No podía acudir a ellos” (Ellson 1949:61) (Trad. del A.).