miércoles, 11 de mayo de 2016

Ted Lewis y Jack Carter. O el sentimiento jodido de la venganza



Uno de los pasajes más estremecedores de Jack’s Return Home no consiste en una muerte ni en una escena de violencia, que las hay y en abundancia, sino en el momento en que Jack Carter rememora su experiencia sexual con la que estaba a punto de ser la esposa de su hermano: “Todo se había acabado en cinco minutos. Nos echamos sobre la alfombra y al minuto de metérsela me había corrido. Y al minuto de haberme corrido había empezado a sentirme jodidamente mal” (Trad. del A.). Al leer esto, sabemos que Jack nunca ha dejado de sentirse jodidamente mal. Y sabemos que ese sentirse jodidamente mal es en gran medida lo que lo define como personaje.
Ted Lewis tenía apenas 30 años en 1970, cuando publicó la que es sin duda una de las mejores novelas de la historia del género negro. Cinco años antes se había estrenado con una obra de inspiración autobiográfica, All the Way Home and All the Night Through. Considerado bastante unánimemente como un primer paso prometedor pero inmaduro, el libro había pasado sin pena ni gloria por el mercado editorial. Frustrado y dispuesto a convertir su segundo esfuerzo en un éxito de ventas, Lewis había echado mano de su vieja pasión por los films policíacos de serie B y de su conocimiento del mundo del hampa londinense para elaborar un libro que vertiera lo que él necesitaba contar en un molde de narrativa popular capaz de atraer a un buen número de lectores. Y precisamente así, alcanzó su madurez como autor. No era algo nuevo en la novela negra; Jim Thompson o David Goodis, por mencionar dos ejemplos particularmente conocidos, habían pasado más o menos por la misma experiencia, al no obtener demasiada fortuna con su primerizas novelas autobiográficas y acabar alcanzando mejores resultados, tanto artísticos como comerciales, al combinar los códigos del género con sus propias obsesiones personales. Es en parte esta combinación la responsable de convertir las obras de dichos autores en algo único. Y desde luego, resulta fundamental para que Jack’s Return Home (Get Carter, o simplemente Carter, en ediciones posteriores; Asesino implacable en su única traducción al castellano) sea la gran novela que algunos no nos cansamos de ensalzar y reivindicar.
Resumamos lo que hoy en día puede parecer incluso un argumento extremadamente tópico. Después de haber recibido la noticia del fallecimiento de su hermano Frank, Jack Carter viaja a su ciudad natal en el norte de Inglaterra para descubrir qué ha sucedido realmente, convencido de que Frank ha sido asesinado y de que el supuesto accidente de tráfico en el que ha muerto no es más que un montaje para engañarlos a la policía y a él. Atrás deja a los dos mafiosos para los que trabaja en Londres y a su amante, Audrey, novia de uno de estos para más señas, con la que planea fugarse pronto a Sudáfrica abandonándolo todo. Al tiempo que visita a viejos conocidos y molesta a diversos personajes del crimen organizado local, Jack rememora su adolescencia y juventud. De este modo, va descubriendo al lector la compleja relación que mantuvo con su hermano y el hecho de que quizás él mismo no es más inocente que los tipos a los que quiere dar caza. Existe de hecho un paralelismo claro entre el motivo que llevó a Frank a no querer volver a saber nada de Jack (el descubrimiento de que Jack se había acostado con su prometida y de que podía ser, de hecho, el padre de su hija Doreen) y el incidente que ha propiciado su muerte.
Se podría asegurar sin exagerar demasiado que la venganza ha tenido una presencia predominante en la historia de la cultura popular inglesa. Desde los célebres Revenge Plays isabelinos, y quizás antes si tenemos en cuenta que ya está incluso en el Beowulf, parece haber sido un tema bastante querido por el publico británico. Si hay un componente esencial que conecta Jack’s Return Home con aquellas obras teatrales y que distingue el tratamiento británico de la venganza de aquel que se le ha dado en otras culturas como la norteamericana, donde el western habitualmente la revistió de la categoría de proceso de formación o de superación personal, no es sólo su procedencia geográfica sino una determinada visión de la venganza como proceso autodestructivo que conduce al sujeto, consciente de ello o no, a su propio fin tanto como al de aquellos contra los que lucha. Bien sea por eso de que quien a hierro mata a hierro muere, bien porque, en el fondo, se considera tan responsable como sus enemigos de la desgracia que ha caído sobre él.
El propio Jack Carter es el principal exponente, la expresión máxima, del entorno de sadismo, sordidez, rabiosa misoginia y brutalidad que ha terminado destruyendo a su hermano. Y como tal, es quizás más culpable que nadie. Resulta significativo a este respecto que el primer matón con el que se formó de adolescente, y que pasaría a sustituir la figura del hermano mayor una vez que Jack se distanciara de este, haya sido una figura clave en el desmoronamiento final de Frank. En cierto modo, Jack sabe que rendir cuentas con los asesinos de su hermano supone también rendirlas consigo mismo. Cuando admite que hay cosas sobre las que ya no puede hacer nada pero que otras sí sería capaz de enderezarlas en honor al pasado, “Just for the sake of the past history”, está indicando que la acción ha de suponer un cierto autosacrificio. Un castigo autoimpuesto, sufrido quizás a destiempo.
Como muchos otros protagonistas del género, Jack es un personaje que busca un último gesto que lo redima antes de saltar a una huída imposible e idílica. Pero dista mucho de ser un mero conglomerado de tópicos. Como ya se ha escrito en varias ocasiones, hay mucho de Ted Lewis en Jack Carter, en la relación ambivalente con el entorno en el que se desarrolló su adolescencia y en el conflicto interno que lo tortura; aunque, como buen narrador hardboiled, se pase la mayor parte del libro tratando de ocultárselo tanto a sí mismo como al lector. En parte, Jack y Frank, los dos hermanos Carter en sus dos extremos, también representan esta tensión. Lewis, al igual Jack, pareció vivir siempre colgado del hilo de su primera juventud. Muchos de los personajes de sus siguientes novelas (el chantajista de Plender, el prisionero de Billy Rags…) estarían igualmente condicionados y condenados por esta imposibilidad de lidiar con las frustraciones y humillaciones del pasado. Lewis había intentado sublimar demasiado pronto el propio historial en su primera novela y volvería a hacerlo después, ya mucho más preparado, en la maravillosa e incómoda The Rabbit. Pero al igual que sus creaciones, no llegaría nunca a librarse del todo de la ominosa sombra de los recuerdos.
Ted Lewis
Brian Greene, el autor que más ha escrito sobre Lewis en internet, habla del retrato que de él hacen sus viejos amigos y compañeros de colegio. El de un chico que podía ser angelical y encantador pero que se empeñaba obstinadamente en ser visto como un tipo duro. Habla de un dark angel, cargado de rabia, atormentado por crueles episodios de humillación (la bofetada del jefe de estudios que provocó que se orinarse encima delante de toda la clase; utilizado en The Rabbit) y empeñado en no revelar a nadie el mínimo indicio de sufrimiento o debilidad. Indisoluble del Lewis rebelde y atormentado estaba el adolescente de enorme sensibilidad artística, el pianista de jazz, el alumno estrella de Henry Treece (1), el precoz dibujante que pronto dejaría Barton upon Humber, su pequeña ciudad, para ir a Londres, igual que Jack Carter, a labrarse un futuro profesional.
Es fácil ver a Jack como una proyección del macho alfa que al Lewis adolescente le hubiese gustado ser. Del mismo modo que puede verse al inseguro y hermético Frank como la visión realista que el autor podía tener de sí mismo. El pasaje de la novela en que Jack narra el episodio que comenzó a alejarlo de su hasta entonces inseparable hermano resulta terriblemente revelador a este respecto. Ver cómo Frank era humillado en público por el matón Albert Swift sin tratar de defenderse le hizo despreciar a su hermano y querer convertirse en lo opuesto a él. Le hizo querer, en definitiva, ser como Albert Swift para no tener que soportar nunca ningún abuso por parte de ningún Albert Swift.
Y lo cierto es que lo ha conseguido. En su edad adulta (sabemos que tiene como mínimo 38 años) nadie puede plantar cara a Jack Carter. A cambio, descubrirá tarde que su sentimiento de culpa es un cáncer ya demasiado arraigado.
Edición en castellano de la novela
Ted Lewis, por su parte, consiguió ser un escritor excepcional. Jack’s Return Home es, aparte de todo, una novela extremadamente bien escrita y llena de aciertos. El autor consigue conservar toda la sequedad del hardboiled más directo y objetivista aún introduciendo los matices psicológicos y simbólicos que aportan al libro un nuevo nivel. Sabe exactamente lo que debe contar y lo que no. Explica muchas cosas, pero sin evidenciar aquellas que echarían por tierra lo sugestivo de determinados detalles (el rol alegórico de la escopeta al final), como hubiesen hecho otros escritores menos hábiles y más preocupados por que el lector pudiese no apreciar la genialidad de su estrategia retórica. Demuestra, en definitiva, un absoluto control de sus recursos. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, y sobre todo de la mayoría de autores norteamericanos que invadirían el género en el periodo posterior a la era del paperback, Lewis es un autor claramente preocupado por el estilo. Quizás porque aún es de los pocos que no han olvidado que la tan comentada desde los años 20 ausencia de estilo solo alcanza su auténtica eficacia cuando constituye un estilo en sí misma.
Como ya señalara el escritor Ray Banks, una de las características que hacen de Lewis un autor innovador es su manera de combinar rasgos de la novela social británica de los años 50 con la actitud del hardboiled norteamericano. Aporta a su universo de crimen y violencia una atmósfera de sucia cotidianidad que lo vuelve particularmente perturbador, y una de las razones por las que su sordidez resulta tan molesta es que no parece exagerada en lo más mínimo (2).
Jack’s Return Home permitió a Ted Lewis disfrutar de una breve carrera como escritor que abarcó los años 70 y comprendió siete novelas más, dos de ellas protagonizadas por el mismo Jack Carter. Sus problemas con la bebida y sus cada vez más frecuentes periodos de depresión le hicieron descuidar la calidad durante la segunda mitad de la década, dando como resultado sus dos obras más imperfectas y desganadas (aunque en absoluto del todo despreciables), Boldt (1976) y Jack Carter and the Mafia Pigeon (1977). A partir de ahí, vino el declive. Se quedó sin el que hasta entonces había sido su editor, Michael Joseph, y tuvo que resignarse a vivir en Barton upon Humber con su madre, lejos de su exmujer y de sus dos hijas.
Ted Lewis
Viendo la manera en que terminó su vida, uno tiene la sensación de que también debía de haber algo en el pasado de Lewis que le hiciera sentirse “jodidamente mal” (“fucking awful” en el original, “como la misma m…” en la pudorosa traducción de Matilde Horne). Murió prematuramente a los 42 años (de vuelta en su ciudad natal; otra vez, como Jack Carter), después de haber luchado contra un alcoholismo que siempre terminaba ganando todas las batallas. Aunque no se iría sin antes haber sacado fuerzas para una última victoria. Si Carter había llegado al menos a cumplir con su venganza, Lewis lograría escribir y ver publicada la que para muchos es su obra maestra, GBH (1980), en la que de nuevo se reflejaría a sí mismo en el proceso autodestructivo de un criminal sumido en su propio infierno interior. Otra historia, en definitiva, de alguien enfrentado a aquello que lo hace sentir jodidamente mal.
Jack Carter había conseguido ser aquello que se había propuesto. Podía confiar en controlar cualquier situación, en estar siempre por delante de cuantos matones quisieran echarle encima. Pero ese estar jodidamente mal llevaba años royéndole las tripas y finalmente acabaría con él. Se cobraría su venganza. Y entonces no habría nada. Nada en absoluto.
 
Notas:
(1) Novelista y poeta, antiguo compañero de universidad de Dylan Thomas, Henry Treece trabajó como profesor de inglés en la Barton Grammar School, donde Lewis realizó sus estudios de secundaria. Era conocido por apoyar a los estudiantes que mostrasen dotes artísticas y por ensañar a redactar haciendo que los alumnos analizasen pasajes de Raymond Chandler.
(2) Dentro de esta línea, resulta interesante comprobar cómo la primera versión cinematográfica de Jack’s Return Home, titulada Get Carter y dirigida por Mike Hodges en 1971, supo captar toda la áspera textura del libro al combinar cierta estética tosca y naturalista heredada de la tradición del free cinema con los modos narrativos propios del noir de serie B. A pesar de su resonancia inmediata en Inglaterra y de su actual estatus de film de culto, la película de Hodges no tendría éxito en su momento en Estados Unidos. Sin embargo, acabaría contando con dos remakes, el flojo aunque curioso blacksploitation Hit Man, de George Armitage, y el homónimo y prescindible Get Carter realizado en 2000 por Stephen T. Kay.

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